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LA CARTA ATÓMICA QUE ATORMENTÓ A EINSTEIN


HISTORIAS DE AGOSTO


2/AGOSTO/1939: ALBERT EINSTEIN ESCRIBE AL PRESIDENTE ROOSEVELT, PARA ADVERTIRLE
QUE LA ALEMANIA NAZI PODRÍA ESTAR DESARROLLANDO UN ARMA NUCLEAR Y LE SUGIERE QUE
EE.UU. DEBE ADELANTARSE

Recreación del momento en el que Albert Einstein y el físico húngaro Leó Szilárd
escriben la carta al presidente Roosevelt en Peconic,

March Of Time / Getty


Gemma Saura
Barcelona


07/08/2017 02:41Actualizado a 19/07/2021 13:13


La historia de la bomba atómica puede contarse enlazando calurosos días de
agosto. Del 6 y 9 de agosto de 1945 –Hiroshima y Nagasaki– al 2 de agosto de
1939, el día en que Albert Einstein firmó la carta que lo comenzó todo. La carta
que le atormentaría hasta el fin de sus días. Esta es la historia, también, de
cómo una nevera lleva a la bomba. O la historia de cómo un pacifista, uno de los
pocos académicos alemanes que ya en 1914 condenó el militarismo de su país,
acabaría entrando en el imaginario colectivo como el “padre de la bomba
nuclear”. 

Así bautizó a Einstein la revista Time en 1945, cuando lo colocó en la portada
junto a un hongo nuclear y el “e=mc2”. “Fue la gran tragedia de su vida –dice
Jürgen Neffe, uno de sus más recientes biógrafos–. Una enorme injusticia. Culpar
a Einstein de Hiroshima es como culpar a Jesucristo de la Inquisición o los
cruzados ”.

Einstein formuló en 1905 la ecuación que 40 años más tarde serviría de base
teórica para fabricar la bomba. Su contribución podría haberse quedado ahí si en
julio de 1939 su viejo amigo Leó Szilárd no se hubiese presentado en Long
Island, donde veraneaba el científico, con noticias inquietantes. 

Szilárd era un físico húngaro judío que, como Einstein, se había exiliado a
EE.UU. huyendo de los nazis. Se conocían de los años 20 en Berlín, cuando juntos
patentaron un modelo de nevera que trataron de comercializar sin éxito.


ALBERT EINSTEIN FIRMÓ LA CARTA QUE COMENZÓ EL DESASTRE ATÓMICO

Pero aquella vez el húngaro no había ido a Long Island a hablar de neveras, sino
a pedir ayuda. Los alemanes habían logrado la fisión del uranio y Szilárd, que
investigaba la reacción nuclear en cadena, entendió que era el primer paso para
fabricar armas atómicas. Quería alertar antes de que los nazis, que ya tenían
Checoslovaquia, se hicieran con más minas de uranio. Pero necesitaba a alguien
con el prestigio de Einstein –Nobel desde 1921, ya era el científico más famoso
del mundo– para que los que mandaban le escuchasen. Einstein se asombró –“¡Nunca
se me había ocurrido!”, exclamó sobre la reacción en cadena– pero entendió
rápidamente lo que estaba en juego y aceptó enviar una carta a Franklin D.
Roosevelt. 

Dictó una primera versión en alemán y Szilárd redactó el texto definitivo en
inglés. Lo más difícil, y en eso también ayudó, fue encontrar a quien entregase
la carta. Primero pensaron en Charles Lindhberg, piloto del primer vuelo
transatlántico en 1927, sin saber que había sido condecorado por Göring y era
partidario de que EE.UU. dejase a los nazis tranquilos. Finalmente el emisario
fue Alex Sachs, economista de Lehman Brothers y amigo de Roosevelt.

En la misiva, fechada el 2 de agosto en Peconic, Long Island, Einstein explicaba
al presidente de EE.UU. la posibilidad “en el futuro inmediato” de que se usase
uranio para hacer “bombas extremadamente poderosas”. El apocalipsis: “Una sola
de estas bombas, llevada por un barco y explotada en un puerto, podría destruir
el puerto por completo, así como el territorio circundante”. EE.UU. debía
asegurarse el suministro de uranio y “acelerar” la investigación nuclear. 


DIEZ DÍAS DESPUÉS DE RECIBIR LA CARTA, NACÍA EL LLAMADO COMITÉ BRIGGS,
CONSIDERADO EL GERMEN DEL PROYECTO MANHATTAN QUE DESARROLLÓ LA BOMBA ATÓMICA

La firma de Einstein funcionó. Diez días después de recibir la carta, nacía el
llamado Comité Briggs, considerado el germen del proyecto Manhattan que
desarrolló la bomba atómica. 

“La carta no es una anécdota. Convenció a Roosevelt de que había que actuar”,
señala Cindy Kelly, presidenta de la Fundación por el Patrimonio Atómico, que
vela por la memoria del proyecto Manhattan. Sin embargo, ve “una exageración”
llamar a Einstein padre de la bomba: “Su participación en realidad fue muy
marginal”. 

De hecho, quedó fuera del proyecto Manhattan. Su colaboración fue puntual: en
1941 le pidieron ayuda para un problema teórico, que resolvió en dos días.
Einstein nunca mostró interés en entrar en el proyexto pero tampoco hubiese
podido. El FBI lo había vetado. Hoover le creía un “riesgo para la seguridad”
por su pacifismo y supuesto filocomunismo. 

La carta de 1939 acabaría siendo un clavo para Einstein. En 1945, con Alemania a
las puertas de la derrota, el científico volvió a escribir a Roosevelt. Le pedía
que hablase con Szilárd, que (él sí) trabajaba en el programa Manhattan y estaba
igual de alarmado con la posibilidad de que Estados Unidos acabase utilizando el
arma nuclear.

Esta última carta fue escrita en marzo. En abril murió Roosevelt. “Einstein
nunca quiso que la bomba se lanzara –asegura Neffe–. Trató de impedirlo pero,
como en una tragedia clásica griega, la carta nunca fue leída. Truman la
encontró cerrada en el escritorio de Roosevelt”. Las bombas se arrojaron. Un día
después de Nagasaki, se publicó el informe Smyth, relatando cómo se habían
fabricado en secreto. Para amargura de Einstein, se daba mucha importancia a la
carta de 1939. “Su papel fue resaltado, seguramente porque su nombre daba
legitimidad –apunta Kelly–. Y la prensa se agarró al tema”.

La portada de Time le sentó fatal, como otra de Newsweek . “Recibía cartas
llamándole asesino. Fue una mancha que nunca logró limpiar ”, dice Neffe.
Escribió a una revista japonesa que le preguntó cómo fue capaz e insistió en que
siempre había sido un pacifista y que sólo la posibilidad de que los alemanes
lograran la bomba le hizo firmar la carta: “No veía ninguna otra salida”, les
dijo a los japoneses. 

Con el paso del tiempo y más perspectiva, muchos historiadores creen hoy que la
bomba se hubiese inventado igualmente sin la carta, pero quizá EE.UU. no habría
llegado a tiempo para usarla en Hiroshima y Nagasaki. El científico se lo llevó
a la tumba. En 1954, cinco meses antes de morir, le dijo a un amigo: “He
cometido un gran error en mi vida: firmar esa carta”.

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