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Esa gente que tiene tantas cosas que hacer que se mete en la cama a las diez
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 1. Cultura


POR
HÉCTOR GARCÍA BARNÉS


ESA GENTE QUE TIENE TANTAS COSAS QUE HACER QUE SE METE EN LA CAMA A LAS DIEZ


CADA VEZ ME ENCUENTRO CON MÁS PERSONAS QUE TERMINAN EL DÍA TAN AGOTADAS QUE SE
SIENTEN INCAPACES DE HACER NADA QUE NO SEA METERSE EN LA CAMA Y DESCANSAR

Dice que duerme catorce horas, la artista. (EFE/Isaac Esquivel)
Por
Héctor García Barnés
17/03/2024 - 05:00
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EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

España ha sido siempre un país que vive de noche, pero cada vez es más una
nación que sueña de día. Últimamente, me encuentro con un prototipo muy concreto
de persona: la que se mete en la cama a horas tempranas, obscenamente tempranas.
No a las doce ni a las conservadoras once, sino incluso a las diez de la noche o
las nueve, aunque sea a mirar el móvil calentita. Los grupos de Whatsapp que
antes bullían después de la medianoche se callan mucho antes y la llamada a
horas intempestivas "a ver si te apuntas" ha muerto.



No hablo de padres condicionados por los horarios de sus hijos ni madrugadores
terminales, sino de estudiantes y trabajadores de entre veinte y cuarenta años
tan atareados y agotados que han renunciado a su tiempo libre. Conozco a unas
cuantas personas que prácticamente empalman la llegada al hogar con un poquito
de cena, un poquito o nada de ocio y empiltrarse a primera hora de la noche.
Personas tan agotadas que son incapaces de enfrentarse a una película, no
digamos ya leer un libro o salir a cenar. A partir de cierta hora no son
funcionales, y no pretenden serlo.

(Al mismo tiempo, conozco a unos cuantos jubilados que alargan su jornada
tragándose el prime time televisivo hasta bien entrada la madrugada, quizá por
lo contrario: para no sentir que tienen tan poco que hacer con sus vidas que
daría igual que se acostasen a las ocho de la noche).

Puede parecer paradójico que sea la gente que más cosas tiene que hacer (o puede
hacer) la que menos haga, pero es la consecuencia lógica de vivir siempre
fatigado. Una rebeldía y una rendición. La sobrecarga de estímulos,
posibilidades y tareas lleva primero al estrés, y demasiado estrés lleva a esa
parálisis en la que lo único que podemos hacer es nada. Porque el cuerpo no te
da o porque lo que quieres es no elegir más, no pensar más, no hacer nada. Es la
época de la alegría de no hacer nada como respuesta a la era del miedo a
perderse las cosas. Mañana será otro día, yo me bajo a las nueve de la noche.

Antes sacrificábamos el sueño, ahora sacrificamos nuestro ocio para descansar

Una amiga que no falla en su rigurosa cita con la cama a las once de la noche me
dice que "si no duermo mis ocho horas, no puedo aguantar el estilo de vida del
capitalismo". Paradójicamente, es el aumento de exigencias vitales para
sentirnos bien (hacer deporte, alimentarse correctamente y cultivar el espíritu
a través de la cultura) lo que provoca que necesitemos unos horarios concretos,
cuadriculados y europeos frente a la arbitrariedad mediterránea. Si no se
acostase a esa hora, no gozaría de la paz mental que le permite sobrevivir otro
día.

Esta renuncia toma diversas formas. Por una parte, a la socialización: no hay
que ser un lince para percibir un pequeño boom de la asocialidad, sobre todo
después de que la pandemia nos descubriese que no hay que llenar la agenda de
planes para ser felices. Por otra, una renuncia a lo que antes se consideraban
momentos de placer necesarios y que nuestros padres construían alrededor de la
tele, que ya no contiene multitudes, o de otras formas de ocio. Antes
sacrificábamos el sueño, ahora sacrificamos nuestros planes o nuestro tiempo
libre para darnos espacio a nosotros mismos. Las prioridades están cambiando.

> Isolation & sleep https://t.co/iZUFhwzPkz pic.twitter.com/Bw06Sc3oIr
> 
> — ☔ (@Whotfismick) February 6, 2024

Me considero una persona activa (en ocasiones, demasiado activa), pero a mí
también me ha pasado eso de llegar a casa con grandes ambiciones y terminar
dormitando en el sofá a las diez de la noche, dejándome deslizar hasta el
amanecer. Quizá no es que hayan cambiado los tiempos sino que simplemente me he
hecho viejo. Es una rebeldía, pero también una necesidad física. No solo la
duración de la batería de los móviles es cada vez menor porque las aplicaciones
exigen más; las personas estamos tan sometidas a estímulos constantes que nos
cuesta llegar hasta el final del día.



En esto sí que la pandemia nos ha acelerado, sobre todo los fines de semana.
Ahora puedes ir a una discoteca un sábado por la tarde y salir antes de las doce
de la noche, esquivando la tentación de alargar la noche hasta la mañana. Hoy
quedarte hasta las ocho de la mañana mojando los churros en el garrafón nocturno
ya no es una hazaña, sino una excentricidad de desfasados. De un país que vivía
de noche a otro que tardea y se mete en la cama a las once de la noche para
aprovechar la mañana siguiente, que hace solecito. Cuando Dakota Johnson desveló
que dormía catorce horas, la reacción osciló entre el aplauso y la envidia.

En principio, es algo positivo. En las sociedades mediterráneas hemos
sacrificado horas de sueño hasta lo patológico: España es uno de los países
occidentales que menos duermen, con una media de 7 horas y 13 minutos. Nos hemos
homologado con Europa priorizando el descanso. Pero también es síntoma que
vivimos una existencia que nos pasa por encima. Tenemos tan poco tiempo que
preferimos renunciar a él y capitular. Cuando la vida te supera, duerme: un
consejo que te daría cualquier libro de autoayuda.

El 'boom' del autocuidado es encontrar fórmulas para seguir siendo
ultraproductivo


A LO MEJOR DORMIR TANTO TAMPOCO ES TAN NORMAL

Como suele ocurrir con estas cosas, un reportaje del Wall Street Journal
sintetizaba la tendencia bajo el positivo titular "la hora de irse a la cama de
moda es a las nueve de la noche". El texto recogía los testimonios de tempranas
dormilonas somo la sonriente Emma Kraft, que sabe que "después de las nueve de
la noche ya no ocurre nada interesante", o la dobladora Kelly Baskin, que no
funciona sin sus nueve horas diarias de sueño.



Estos discursos son testimonio del prestigio que ha adquirido el autocuidado en
un mundo cada vez más estresado y enfermo. Toda estrategia de protección
personal encubre un malestar que no podemos solucionar de otra manera, porque es
estructural, y que intentamos aliviar a través de estrategias individuales. No
es un síntoma positivo estar tan hecho polvo que necesitas descansar nueve horas
para funcionar. Nadie quiere vivir en la apatía y la anhedonia si puede
evitarlo.

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Otro compañero que da clase a centennials también ha percibido cómo el
autocuidado se ha puesto de moda a la edad que tradicionalmente ha despreciado
el autocuidado (ya dormiré cuando esté muerto o cumpla los cuarenta, que es casi
lo mismo cuando tienes veinte): están obsesionados con dejar de beber, dormir
las horas suficientes, alimentarse saludablemente. No es tanto rebeldía como
otro síntoma de que en la sociedad de la autoexigencia estamos obligados a
cumplir objetivos sin parar. El boom de los autocuidados es ambivalente: en
parte, un rechazo a los ritmos imparables del capitalismo, pero también una
manera de encontrar fórmulas para seguir siendo ultraproductivo sin petar.



Un hombre en la cama con las manos en la cara. (iStock)

En el artículo publicado en el Wall Street Journal, el doctor John Winkelman,
veterano investigador del sueño del Hospital General de Masachussets en Boston,
desliza que le sorprende cómo dormir se ha convertido en la solución para todo
tras décadas de desprecio. "La gente se está poniendo un poco neurótica",
sugiere. A no ser que tengas que levantarte a las tres de la mañana, no tiene
mucho sentido meterse en la cama a las diez de la noche. El autocuidado en
general y el sueño en particular están convirtiéndose en una panacea que no es
tal, como si por sí solos fuesen la solución a todos nuestros males.

Conozco a gente que si no duerme al menos ocho horas no está bien al día
siguiente, no porque necesite más sino porque siente ansiedad por no haber
cumplido sus objetivos. El autocuidado puede convertirse en otra jaula tan
peligrosa como dejarse llevar por la vorágine moderna. Hay que tener cuidado
porque huyendo de algo es posible que termines cayendo en eso mismo: durmiendo
mucho, no cambiamos nada, solo nos detenemos a nosotros mismos. Porque dormir es
como morir durante un rato.

España ha sido siempre un país que vive de noche, pero cada vez es más una
nación que sueña de día. Últimamente, me encuentro con un prototipo muy concreto
de persona: la que se mete en la cama a horas tempranas, obscenamente tempranas.
No a las doce ni a las conservadoras once, sino incluso a las diez de la noche o
las nueve, aunque sea a mirar el móvil calentita. Los grupos de Whatsapp que
antes bullían después de la medianoche se callan mucho antes y la llamada a
horas intempestivas "a ver si te apuntas" ha muerto.



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