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URVIO - Revista Latinoamericana de Estudios de Seguridad
N.° 21, Quito diciembre de 2017, pp. 104-120

DOI: http://dx.doi.org/10.17141/urvio.21.2017.2940




ORÍGENES EN EL PROCESO DE INTELIGENCIA EN EL PERÚ



Origins in the intelligence process in Peru

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Andrés Gómez de la Torre Rotta (*) y Arturo Medrano Carmona (**)

Fecha de recepción: 27 de agosto de 2017
Fecha de aceptación: 12 de octubre de 2017

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(*) Peruano. Abogado. Investigador del Instituto de Estudios Internacionales
(IDEI – PUCP). Correo: andres_gotorrer@yahoo.es
(**) Peruano. Escuela Nacional de Estudios Gubernamentales (ENEG). Correo:
aradmecar@hotmail.com

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Resumen

Desde un enfoque histórico y legal se analiza a la organización de inteligencia
desde sus orígenes hasta el segundo gobierno del expresidente Fernando Belaúnde.
A través de esta investigación se tiene por objetivo conocer los orígenes de la
inteligencia peruana y establecer la vinculación de sus orígenes con la lucha
contrasubversiva a nivel nacional y con sus pares de la región. Se abordan los
temas principales en la decisión política y militar para la creación del Sistema
de Inteligencia, el andamiaje jurídico, el perfil del aparato de inteligencia,
los efectos de reconversión institucional del Ejército peruano, los casos de la
experiencia de Bolivia y México en la creación de organizaciones de
inteligencia, el foco insurreccional y las nuevas formas de combatirlos, el
aporte de la Marina de Guerra del Perú en la cultura de inteligencia, los hitos
golpistas y guerrilleros, las represiones militares y sus relaciones con
Argentina y Chile.

Palabras clave: contrasubversión; Guerra Fría; institucionalismo; inteligencia;
Perú.

Abstract

From a historical and legal approach to the organization of intelligence from
the origins to the second government of former president Fernando Belaunde, is
analyzed. Through this research, it is aimed at the origins of the Peruvian
Intelligence and establishing the linkage of its origins with the fight against
the national level and with the peers of the region. The main themes are
discussed in the political and military decision for the creation of the
Intelligence System, the legal system, the profile of the Intelligence
apparatus, the effects of the institutional reconversion of the Peruvian Army,
the cases of the experience of Bolivia and Mexico in the creation of
Intelligence organizations, the insurrectional focus and new ways of fighting
them, the contribution of the Peruvian Navy in the culture of intelligence, the
coups d'état and guerrilla milestones, military repressions and their relations
with Argentina and Chile.

Keywords: Cold War; counterinsurgency; institutionalism; intelligence; Peru.

Los puntos cardinales de la decisión política y militar

La historia de la Inteligencia peruana no solo responde a las influencias de las
misiones militares que brindaron conocimientos y entrenamientos a los militares
peruanos, sino que en su momento respondieron a la lucha contra la subversión.
En un contexto post Segunda Guerra Mundial, donde las revoluciones se propagaban
buscando desestabilizar los regímenes políticos, es que las Fuerzas Armadas y el
autoritarismo político han estado muy presentes en una de las fases iniciales en
la historia de la actividad de inteligencia en el Perú.

Desde los años 50 con el ex Ministro de Gobierno y Policía (actualmente
Ministerio del Interior) Alejandro Esparza Zañartu, funcionario civil del
régimen militar del dictador y general del Ejército Manuel Odría, se recreaba en
el Perú la formación de servicios de inteligencia con alcance nacional. Esparza
Zañartu fue bien recreado por Mario Vargas Llosa como el personaje “Cayo
Bermúdez” en su célebre novela “Conversación en La Catedral” publicada en 1969.
Eran tiempos duros de persecución militar contra militantes comunistas y
especialmente, apristas (miembros de la Alianza Popular Revolucionaria Americana
– APRA, fundada por Víctor Raúl Haya de la Torre).

También fueron tiempos de legislación dura vinculada a la represión política,
prueba de ello fue el Decreto Ley Nº 11049, Ley de Seguridad Interior de la
República, promulgada el 1 de julio de 1949 y que en su artículo 4° incluyó la
pena de muerte frente a la perpetración de varios delitos. La citada norma fue
la versión peruana de la denominada “ley maldita” chilena, Ley Nº 8987,
promulgada en democracia en septiembre de 1948, y el Decreto Nº 5839, Ley de
Defensa Permanente de la Democracia, cuyo objetivo fue neutralizar la actividad
y expansión del Partido Comunista de Chile (PCCh) y alternativamente, de
militantes socialistas y falangistas.

Por su parte, y en paralelo, el general peruano Marcial Romero Pardo esbozó en
su condición de director (Masterson 2001, 219-220) del entonces Centro de Altos
Estudios Militares (CAEM, en la actualidad es el Centro de Altos Estudios
Nacionales – CAEN) la necesidad de vincular la seguridad con el desarrollo
nacional, a marcar algunas líneas matrices para enfrentar el creciente fenómeno
de la guerra no convencional (subversiva, revolucionaria o insurgente) que
preocupaba tanto a los militares latinoamericanos; luego de la revolución china
de Mao, los procesos de descolonización, las guerras en Argelia e Indochina, y
la aparición del movimiento de países No Alineados en la Conferencia de Bandung
de 1955, para modernizar al Ejército peruano en función de los nuevos escenarios
y desafíos globales. Asimismo, la incorporación de las tesis de seguridad
nacional y hemisférica permitió que los militares amplíen su participación en
temas de desarrollo nacional, para que a través de la inteligencia se busca
ganar al enemigo subversivo, y que al mismo tiempo conlleva a que los militares
proyecten su participación en la política como una extensión de la actividad
militar (Koonings y Kruijt 2003, 56).

En ese contexto surgió la idea de crear servicios de inteligencia y
específicamente uno de carácter político-estratégico de “nivel nacional” que
organizara a todos con el fin de que los militares comiencen a entender el mundo
civil e incursionaran en lo que denominaron los campos, dominios o factores no
militares de la seguridad y defensa nacional (Gómez de la Torre 2007a; Gómez de
la Torre 2014b). De esta forma no encontramos mayor asidero ni indicadores
relevantes en materia del frente externo relacionado con la tesis deslizada en
el sentido que el proceso de parálisis del proceso de demarcación fronteriza
entre el Perú y Ecuador a raíz del Protocolo de Paz, Amistad y Límites de 1942,
o la tesis del nulidad del mismo esgrimida por el gobierno de Ecuador en la
década de los años 60 tuvo algún impacto determinante o al menos influyente en
la creación de un organismo de inteligencia de alcance nacional.

Menor inclusive fue el caso con Chile, donde a pesar que la Guerra del Pacífico
(1879-1883), que culminó en 1930 por el Tratado de Lima de 1929 y su Protocolo
Complementario con la devolución de Tacna y Tarata, no se registraban mayores
indicadores de tensión bilateral entre ambos países; por el contrario, hubo
colaboración internacional como el caso de la firma de la Declaración de
Santiago sobre la zona marítima de 1952 en la que estuvo presente Ecuador. El
nacimiento de la inteligencia en el Ejército peruano estuvo influenciado por la
capacitación recibida por muchos oficiales en Fort Holabird (Cobas 1982; Toche
2005; Toche 2008) entre 1950 a 1971, y tuvo su sede en el Centro y Escuela de
Inteligencia del US Army. Con base en la formación recibida en Fort Holabird se
registra que tres militares tuvieron una influencia decisiva en la creación,
institucionalización y consolidación de la inteligencia militar y nacional:
principalmente Juan Bossio Collas (Toche 2008), además de Marcial Romero Pardo y
Edgardo Mercado Jarrín (Masterson 2001; Gómez de la Torre 2015).

Otros centros académicos norteamericanos como el Special Warfare Center and
School (en Fort Bragg) y la Escuela de las Américas (en Panamá) entrenaron
cientos de oficiales peruanos. La concepción de la misión de acción cívica de
los militares (Masterson 2001) está relacionada con base en la percepción de los
mitos fundacionales de que las fuerzas armadas son parte primigenia en el
nacimiento del país, o que los militares están mejor organizados para hacerse
cargo del Estado, o que los civiles no están aptos para ejercer cargos de
gobierno (Koonings y Kruijt 2003, 50-53). Esta formación en materia de
inteligencia sería fundamental tal como señaló el entonces coronel Jorge
Fernández Maldonado porque “toda la información reunida por el Servicio de
Inteligencia en la década de los sesenta fue más valiosa para tener una visión
de los problemas del Perú” (Masterson 2001, 327), y donde los egresados de la
Escuela de Inteligencia se dieron cuenta de hacer un cambio a nivel nacional
para poner fin a la injusticia social, la dependencia y la explotación (Tello
1983 citado en Masterson 2001, 327), situaciones que fueron el caldo de cultivo
para los levantamientos subversivos en el Perú.

El andamiaje jurídico, 1960 – 1970

La inteligencia peruana requería un soporte legal, el mismo que se dio cuando el
Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) fue creado mediante un Decreto Supremo
de solo 12 artículos (Gómez de la Torre 2015) el 27 de enero de 1960 por el ex
Presidente Constitucional de la República Manuel Prado y Ugarteche (Gómez de la
Torre 2010; Gómez de la Torre 2012; Medrano 2013; Medrano 2014), junto a su
entonces Ministro de Justicia, el abogado Raúl Gómez de la Torre Tamayo. Como
primer jefe del SIN estuvo el general EP Julio Doig Sánchez, quien
posteriormente fue Ministro de Guerra (en la actualidad, Ministerio de Defensa)
del expresidente Constitucional Fernando Belaúnde Terry. El 30 de septiembre de
1960 se promulgó otro Decreto Supremo aún más breve y con rango similar (Gómez
de la Torre 2015) que puede considerarse como el principio del Sistema de
Inteligencia Nacional (SINA), ya que en su Considerando señaló la necesidad de
precisar las relaciones entre el SIN y los Ministerios. Prueba irrefutable del
empoderamiento del Ejército en el SIN fue el hecho que sus jefaturas recayeron
en oficiales de esa institución armada de manera exclusiva desde el año 1960
hasta entrada la década de los años ochenta, que perfiló la fuerte influencia
castrense en materia de inteligencia.

El Considerando del Decreto Supremo de creación del SIN de 1960, sin numeración
y solamente con fecha, correspondía a la elaboración de los dispositivos legales
de tal jerarquía en esa época, representando la complejidad que planteaba: la
Defensa Nacional, así como de la necesidad de contar con “organismos
especiales”, para el cumplimiento de las funciones que la Constitución y las
leyes asignan al Presidente de la República. El artículo 4° de la citada norma
asignó el SIN a la Presidencia de la República, con el fin de estructurar las
relaciones funcionales entre el productor y el usuario del producto de
inteligencia.

En el SIN con los militares se mantuvo y maduró la idea de que el servicio esté
adscrito a la Presidencia de la República, lo que se tuvo presente durante el
Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada (GRFA) que el 3 de octubre de 1968
llegó al poder derrocando al expresidente Belaúnde Terry. Este GRFA fue
presidido por el general Juan Velasco Alvarado y promulgó el Decreto Ley N°
17532, Ley Orgánica de la Presidencia de la República, el 25 de marzo de 1969,
siendo Ministro de Guerra y Presidente del Consejo de Ministros del GRFA el
General de División EP Ernesto Montagne Sánchez, en cuyo artículo 7° permitió al
SIN una relación de dependencia directa con la Presidencia de la República
(Gómez de la Torre 2012), señalando que el SIN era el encargado de suministrar
la inteligencia necesaria “para la conducción de la política de seguridad del
Estado” (Decreto Ley N° 17532), dándole a la inteligencia injerencia en los
campos o dominios no militares de la seguridad nacional. Tanto en democracia
como en tiempos de dictadura militar hubo consenso acerca de tal adscripción del
SIN a la Presidencia de la República.

Con el Decreto Ley N° 19351 (1972) se constituyó jurídicamente el “Sistema de
Inteligencia Nacional” (SINA) (Gómez de la Torre 2012), también siendo
Presidente del Consejo de Ministros (PCM) y Ministro de Guerra por entonces
también el general Montagne, donde se diseñó el Consejo Superior de Inteligencia
(COSI), actualmente conocido en la normatividad peruana de inteligencia como el
Consejo de Inteligencia (COIN). Durante la gestión del SIN del general Julio
Doig, destacaron los oficiales José Arce Larco (fue Vicealmirante, Ministro de
Marina del GRFA y Embajador del Perú en los Estados Unidos de Norteamérica) y
Luis Barandiarán Pagador (ex Jefe de Inteligencia de la FAP y luego, siendo
Teniente General, fue Ministro de Estado en la segunda fase del GRFA,
1975-1980).

El perfil del aparato de inteligencia

Los militares peruanos recibieron influencia de diversas misiones militares,
para lo que debemos destacar la influencia francesa que desde 1896 ha marcado el
pensamiento en el ejército peruano y con fuerte presencia fundacional, orientado
a temas de desarrollo nacional, más ideológicos que administrativos (Masterson
2001), pero principalmente en la idea de que tienen “una función en la
construcción de una nación moderna” (Masterson 2001, 4). Además, esta influencia
también llegó a la lucha contrasubversiva con base en Gallieni y Lyautey
(Masterson 2001). La influencia norteamericana pasó de la defensa hemisférica a
la seguridad interna y entrenamiento contrasubversivo (Masterson 2001), donde se
les enseñó temas de seguridad interna y entrenamiento antisubversivo,
inteligencia militar, comando y estado mayor, así como la importancia de la
acción cívica para emprender el crecimiento económico y aminorar el descontento
social, en especial el rural (Barber y Ronning 1966 citado en Masterson 2001).

Dentro de lo desarrollado en el pensamiento castrense se tuvo en consideración
la información para tener éxito, donde la población fue el objetivo para
recolectar información, se estudiaron todos los problemas sociales (Rodríguez
1983 citado en Rospigliosi 2001), y hasta se usaron métodos de las ciencias
sociales para sus investigaciones (Rospigliosi 2001, 193). Estas influencias
doctrinarias, influyeron en la configuración del perfil de inteligencia de
acuerdo a las necesidades peruanas de lucha contrasubversiva y orientada hacia
el frente interno.

Otra característica fue que hubo continuidad en la designación y el perfil de
las jefaturas del SIN durante todo el régimen militar del GRFA (1968-1980) y
hasta bien iniciada la década de los años ochenta, todos fueron oficiales
provenientes del Ejército con grado de general: Eduardo Segura Gutiérrez,
Rudecindo Zavaleta Rivera, Rafael Hoyos Rubio, Juan Schroth Carlín, Mario
Villavicencio Alcázar y Ludwig Essenwanger Sánchez; y que hacia 1983, llegaron a
la jefatura oficiales provenientes de la Marina de Guerra: los almirantes Juan
Bergelund Remy, Javier Ernesto Rocha Mujica y Edgardo Colunge Guevara, estos
tres últimos oficiales navales que intentaron darle una nueva performance al SIN
para tiempos de guerra revolucionaria maoísta, la del Partido Comunista
Peruano-Sendero Luminoso (PCP-SL), durante el segundo gobierno democrático del
entonces presidente Fernando Belaúnde Terry. Cuatro factores se produjeron entre
1983 y 1985 en el SIN:



 a. Creación de un Comité de Asesores (COA-SIN) integrando profesionales civiles
    de las ciencias sociales, como Francisco Loayza Galván y Rafael Merino
    Bartet, que laboraron en el Comité de Asesores del Primer Ministro
    (COAPRIM), entre 1973 a 1975, a órdenes del General Edgardo Mercado Jarrín y
    Jorge Fernández Maldonado Solari.
 b. Promulgación de los Decretos Legislativos N° 270 y 271 en 1984 para mejorar
    la estructura institucional del SINA y su ente rector el SIN.
 c. Creación de la Escuela de Inteligencia Nacional (ESIN) en el año 1984, con
    el objetivo de formar analistas y agentes de colección de información,
    cursos que comienzan a impartirse en el año 1985, a modo de Curso Superior
    de Inteligencia y Curso de Agentes de Inteligencia (CAI).
    
 d. Se produjo un cambio en el procedimiento y políticas de reclutamiento de
    personal para el SIN al integrar en sus convocatorias a profesionales
    civiles con experiencia laboral en el sector público, ello obedecía
    nítidamente al esfuerzo por diseñar una estrategia integral contra el
    terrorismo que incluya el análisis de los campos o dominios no militares de
    la seguridad, a los que les llamaron: 1) campo político, 2) campo económico
    y 3) campo psicosocial.



De este escenario podemos desprender que a inicios de la década de los años 80
hubo una intención del estamento castrense peruano por mejorar, adaptar y
reorientar al SINA y el SIN en función al escenario estratégico interno de
aquellos tiempos, debido a la inicial lenta comprensión que tuvieron del nuevo
conflicto subversivo y donde la policía solo reaccionaba investigando después de
los atentados (Mauceri 1989) con la idea de enfrentar y sortear en las mejores
condiciones posibles la amenaza terrorista que representaba el Partido Comunista
Peruano-Sendero Luminoso (PCP-SL) y de manera secundaria, el Movimiento
Revolucionario Túpac Amaru (MRTA).

Efectos de la reconversión institucional del Ejército del Perú

El conservador expresidente Manuel Prado tuvo razones para crear el SIN durante
el desarrollo de la Guerra Fría y la política hemisférica de contención al
comunismo (Gómez de la Torre 2007a, 53; Gómez de la Torre 2014b, 106), donde los
ejércitos de las Fuerzas Armadas en América Latina estuvieron predominantemente
bajo las influencias doctrinarias norteamericana y francesa (Masterson 2001;
Gómez de la Torre 2007b; Gómez de la Torre 2014b) para enfrentar el fenómeno de
la guerra no convencional (Masterson 2001; Medrano 2009). Esto fue vidente en el
caso peruano con las reformas institucionales del Ejército liderado por el
entonces general EP Alfredo Rodríguez Martínez, ex Comandante General del
Ejército de Manuel Prado, y con anterioridad y posterioridad inmediata por los
Comandantes Generales EP Alejandro Cuadra Ravines y Víctor Tenorio Hurtado.

El antecedente normativo de lucha contra el comunismo fue el Proyecto de Ley de
Defensa de la Democracia del Poder Ejecutivo en 1958, para prohibir toda
actividad radical izquierdista en el país e influenciados por los
acontecimientos pasados en Europa del Este, el fortalecimiento de la “cortina de
hierro”, la Revolución China de Mao Tse Tung en 1949 y la revolución cubana. El
pensamiento de Sherman Kent (1978), a través de su libro Inteligencia
Estratégica para la Política Mundial Norteamericana, se difundió en los Estados
Unidos de Norteamérica y entre las Fuerzas Armadas del hemisferio, llegando a
ser el texto más usado en la bibliografía de inteligencia hasta la publicación
de Producción de Inteligencia Estratégica. Principios Básicos del Brigadier
Washington Platt (1983).

De manera progresiva, se fue incubando internamente el desarrollismo, reformismo
y nacionalismo militar peruano, formándose militares comprometidos con reformas
sociales que se distanciaba de otros de sus pares latinoamericanos que apostaban
doctrinariamente a la clásica tesis de la seguridad hemisférica, en pleno furor
de la Guerra Fría. Este proceso peruano se afianzaría con la fundación y
actividad formativa del Centro de Altos Estudios Militares (CAEM) en la década
de los años cincuenta (Masterson 2001; Kruit y Tello 2003; De Arce y Temes 2003;
Gómez de la Torre 2007a; Gómez de la Torre 2014b; Medrano 2014) y que constituyó
un “medio catalizador” que cristalizó la actitud modernizadora en los oficiales
militares (Masterson 2001).

Contexto de creación de organizaciones de inteligencia: el caso de la
experiencia boliviana

Paralelamente, en la ciudad de La Paz, capital de Bolivia, a fines de la década
de los años 50, luego de la cruenta revolución boliviana de 1952, hay dos
acontecimientos que influyeron notablemente en la creación del SIN peruano en
1960:



 a. Durante el periodo de trabajo del agregado militar coronel EP Juan Bossio
    Collas (Gómez de la Torre 2014), en la Embajada del Perú, dirigida por el
    embajador José de la Puente Rabdill (1997). Este oficial, quien perteneció
    al arma de caballería relacionada a la actividad de inteligencia, observó
    todo lo que ocurría en el país altiplánico, y que luego impulsó la
    institucionalización de la Inteligencia nacional, con base en su experiencia
    en ese país y durante su propia carrera militar. Después Bossio fue jefe del
    SIN y siendo General de Brigada, asumió el cargo de Ministro de Gobierno y
    Policía durante la Junta Militar de Gobierno de 1962.
    
 b. El entonces presidente Hernán Siles Zuazo, líder del Movimiento Nacionalista
    Revolucionario (MNR), decidió crear la Dirección General de Informaciones y
    Seguridad del Estado dependiente del Ministerio de Gobierno, mediante
    Decreto Supremo N° 5154 (1959). Dicho acontecimiento ocurrió menos de un año
    antes de la decisión para la creación del SIN por parte de Prado en el Perú.



En la parte considerativa del Decreto Supremo N° 5154, con solo cinco escuetos
artículos, se señaló “Orden Interno” y “Seguridad Exterior”, que también
pertenecen al argot de inteligencia y están relacionados con la anticipación,
apreciación y el conocimiento. Esta norma le dio funciones para que “recoja
[colección, recolección u obtención], centralice, clasifique y verifique todas
las informaciones que interesen al orden público y a la seguridad interior y
exterior del Estado” (Decreto Supremo N° 5154, artículo 1°; el agregado es
nuestro). También se señaló que ante casos de alteraciones al orden público, de
la estabilidad institucional y contra la seguridad del Estado se podría requerir
el uso de las Fuerzas Armadas (Decreto Supremo N° 5154, artículo 2°);
constituyendo un órgano de inteligencia habilitado con amplias facultades para
la realización de actividades de inteligencia y con un carácter de organismo
civil. El expresidente Siles, quien fue electo por vez primera en Bolivia por
sufragio universal (1956), tuvo que tomar la decisión de crear dicho organismo
de inteligencia ante un escenario muy complicado: compleja gobernabilidad
caracterizado por la estabilización monetaria, ajuste económico, agitación
social, huelgas y protestas, facciones políticas e intentos fallidos de golpe de
estado perpetrados por el Ejército boliviano, que contribuyeron a que las
relaciones entre civiles y militares bolivianos fueran tensas.

Mucha información útil fue recabada a través de nuestra legación diplomática en
Bolivia indicando la relación entre los grupos insurgentes bolivianos con sus
pares peruanos, que además del contrabando de armas en la frontera común,
buscaban preparar conjuntamente actos violentistas. Bolivia fue el país
precursor en América del Sur al crear una organización de inteligencia nacional
de nivel político-estratégico dentro de un régimen democrático, porque en
Argentina bajo el régimen del general Juan Domingo Perón en 1946 se creó la
Coordinadora de Informaciones del Estado (CIDE), que tuvo un origen democrático
pero con un temperamento militar/autoritario. También en Brasil, bajo el régimen
del general Gaspar Dutra se creó el Serviço Federal de Informações e
Contra-Informações (SFICI) y en Colombia, en 1953, durante la dictadura militar
del general Gustavo Rojas Pinilla creó su Departamento Administrativo de
Seguridad (DAS –SIC) (Gómez de la Torre 2015, 493; Gómez de la Torre y Medrano
2015b, 7).

Ciertas élites políticas y académicas sostuvieron que los servicios de
inteligencia latinoamericanos fueron dominio exclusivo de los militares y las
Fuerzas Armadas, lo que contrastado con lo desarrollado en esta investigación
podemos sostener que ello carece totalmente de sustento histórico alguno, debido
a los orígenes de la inteligencia durante regímenes democráticos en los casos
citados. Así también los servicios de inteligencia creados en regímenes
democráticos por gobiernos civiles también fueron, en muchos casos, represivos y
con acciones contrarias al respeto por los derechos fundamentales de las
personas.

En el mes de julio del año de 1956, se realizó la Cumbre de Panamá, donde se
reunieron los presidentes de la época, en su mayoría dictadores militares de
facto, que usaron la inteligencia como policía política para contrarrestar a los
opositores a sus regímenes. En dicha cita se aprobó la “Declaración de Panamá”
con el fin de fortalecer la paz, la seguridad, y la consolidación de la
democracia en el hemisferio (Cochez 2015), y donde solo los mandatarios Siles
(Bolivia) y Prado (Perú), fueron elegidos mediante voto popular y además, fueron
hijos de expresidentes en sus respectivos países, que alternaron con personajes
de la denominada “legión anti-comunista”: Anastasio Somoza García (Nicaragua),
Alfredo Stroessner (Paraguay), Fulgencio Batista (Cuba), Carlos Castillo Armas
(Guatemala) y Marcos Pérez Jiménez (Venezuela), entre otros mandatarios
asistentes (Torrijos 2015; Cochez 2015). En este contexto las decisiones de
Siles en la Bolivia de 1959 y de Prado en el Perú de 1960, tuvieron una acertada
predicción y anticipación de apreciación estratégica, al crear sus respectivos
órganos de inteligencia, donde aparecieron las guerrillas insurgentes apoyadas y
promovidas por Cuba (Gómez de la Torre y Medrano 2015b; Gómez de la Torre 2007a,
51-60), independientemente de los cuestionamientos que podrían tener los
mandatarios.

Contexto de creación de organizaciones de Inteligencia: el caso de la
experiencia mexicana

México basó su política exterior, tradicionalmente, en el principio de no
intervención o no injerencia en asuntos internos de otros Estados, desde la
denominada Doctrina Estrada, del entonces Secretario de Relaciones Exteriores
Genaro Estrada. Culminada la Segunda Guerra Mundial, México sería foco silente
en la perspectiva del conflicto este-oeste, pese a su democracia de partido
único, con el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y su neutralidad
manifiesta, a partir de una abierta y formal relación con la ex Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), cuya legación diplomática en Ciudad de
México era muy importante, ya que los soviéticos mantenían relaciones
diplomáticas y consulares formales con el Estado mexicano.

En ese contexto es que se entiende la creación de la Dirección Federal de
Seguridad (DFS) por el presidente civil Miguel Alemán Valdés durante el año
1947, motivo por el cual México recibió un fuerte apoyo de sus contrapartes
norteamericanas, particularmente de una naciente Central Intelligence Agency
(CIA) y del Federal Bureau of Investigation (FBI) que ya operaba en el país, y
desde 1947 con la promulgación del Acta Truman de todo el andamiaje estatal de
entidades como el National Security Council (NSC) y del Departamento de Defensa,
en un contexto de división del mundo en esferas de influencia que se reflejaba
con estas políticas. Además, de las buenas relaciones y afinidades existentes
entre los mandatarios Miguel Alemán y Harry Truman para dichos efectos de
colaboración en el ámbito de la seguridad.

En ese contexto deberá aquilatarse la presencia en la embajada del Perú en
México, del oficial peruano Juan Bossio Collas, quien fue agregado militar. Este
es un ángulo poco estudiado, desde la óptica de cómo influyó ese país en la
creación del SIN peruano, ya que la presencia de Juan Bossio en México habría
obedecido a analizar el proceso de institucionalización de la inteligencia
mexicana al fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, pero
especialmente,e de la influencia, modelo y orientaciones que iba adquiriendo los
Estados Unidos de Norteamérica en tal proceso, con evidentes miras a esbozar
algo similar a lo que finalmente sucedió en el Perú en 1960 con la creación del
SIN.

Focos insurreccionales y los nuevos perfiles para combatirlos

En el Perú dos movimientos subversivos iniciaron los primeros brotes
insurreccionales: el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Ejército
de Liberación Nacional (ELN) (Masterson 2001; Gómez de la Torre 2015), que en el
primer gobierno constitucional de Fernando Belaúnde Terry fueron abatidos, cuyos
principales actores fueron el general Julio Doig Sánchez (primer Jefe del SIN y
Ministro de Guerra, del entonces Presidente Fernando Belaúnde) y al general
Armando Artola Azcárate, quien fue jefe de Inteligencia del Ejército (entonces
Servicio de Inteligencia del Ejército-SIE) y escribió “Subversión” (1976), donde
reflejó su experiencia en la lucha contra la guerra no convencional (GNC) de esa
“primera subversión” peruana. Esto ocurre luego de que en la Argentina de 1964,
se frustrara el inicio insurreccional a través de las acciones armadas.

A partir de 1966, Ernesto “Che” Guevara eligió Bolivia como “blanco-objetivo” y
plataforma para iniciar la insurrección foquista, conformando el ELN boliviano,
con conexiones peruanas. Los brotes de insurgencia peruana y boliviana tuvieron
acciones en su contra, implementadas por el apoyo operativo y material de los
organismos de seguridad oficial de los Estados Unidos de Norteamérica,
especialmente en el caso peruano. Así, se evidenció que los discursos y promesas
políticas son difíciles de realizarse. A través de la Alianza para el Progreso
del entonces Presidente John F. Kennedy, se orientó en arremeter contra las
condiciones socioeconómicas de la pobreza, las cuales constituyen el caldo de
cultivo para la aparición de insurgencias armadas; es decir, realizar trabajo en
los campos o dominios no militares de la seguridad nacional vinculado con el
desarrollo. Ello constituyó matices diferenciados entre republicanos duros y
demócratas progresistas en las sucesivas administraciones de Eisenhower y
Kennedy, como forma de cooperar y enfrentar la subversión.

Los servicios de inteligencia boliviano y peruano, precursores de inteligencia
en democracia en Sudamérica, fueron creados en función de los enemigos internos,
contra-subversión, y doctrina de seguridad nacional clásica con marcada
dependencia militar y policial, debido a que en esos momentos fue imposible
diseñarlos a la luz de un “think-tank” para la prospectiva contemporánea que
elabore inteligencia estratégica para la toma de decisiones, o de moldearlos
burocráticamente con presencia mayoritaria de analistas de inteligencia. Edgardo
Mercado Jarrín, oficial del arma de artillería, jefe de Inteligencia en el
Ejército (SIE) (Rospigliosi 2001) y colaborador en la planificación del golpe de
estado de Velasco (Masterson 2001) publicó “Seguridad, Política y Estrategia”
(Mercado 1974), donde sostuvo la reformulación de la visión clásica de la
doctrina de inteligencia norteamericana perfilada por Kent (1978) y Platt (1983)
y posicionada en los ejércitos de la región, dándoles un perfil operativo
relacionado a la lucha contra la subversión con base en la tesis de una
inteligencia pulcra, objetiva y enfocada en el frente externo. La misma fue
insuficiente para países latinoamericanos azotados por el novísimo fenómeno y
envergadura de la guerra subversiva, porque el entrenamiento antisubversivo del
Ejército fue primordial para combatir los movimientos guerrilleros (Mercado 1964
citado en Masterson 2001).

La X Conferencia de Ejércitos Americanos (CEA) de Caracas de 1973 supone un
escenario de clara división del pensamiento militar latinoamericano: por un
lado, Edgardo Mercado Jarrín esbozó planteamientos desarrollistas y autonomista
con cercanía evidente a su par argentino Jorge Raúl Carcagno, frente a una
posición tradicional y de línea dura de Brasil que consideraba al comunismo como
primera prioridad de amenaza a la seguridad hemisférica. Perú y Argentina
coincidieron por entonces con la necesidad de la reforma del Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) de 1947 (Besoky 2011), y diseñar
un nuevo sistema de seguridad y defensa regional adaptado a las necesidades
propias. Carcagno en Argentina realizó el célebre “Operativo Dorrego” donde los
militares argentinos conjuntamente con la Juventud Peronista colaboraron en una
acción cívico militar en favor de los afectados por las inundaciones en Buenos
Aires en 1973, donde posiblemente este operativo buscó hacer reconocimiento del
enemigo, pero que al mismo tiempo lo desprestigió frente al presiente Perón y al
Ejército argentino debido al acercamiento con la guerrilla (Besoky 2011).

El aporte de la Marina de Guerra del Perú en la cultura de inteligencia

La cultura de inteligencia es entendida como los conocimientos que la sociedad
debe tener referente a un servicio de inteligencia y que se promuevan a través
de la divulgación y formación en estas materias (Esteban 2007, 68-69). En ese
sentido, la Revista de Marina, entre las décadas de los cincuenta, sesenta y
setenta, se convirtió en una fructífera instancia de difusión de cultura de
inteligencia, después de que en la década de los cuarenta la Marina de Guerra
del Perú creó la Dirección de Radio-Inteligencia Naval (DRIN) apoyado por la US
Navy. La DRIN se especializó en criptografía, donde el oficial Guillermo de las
Casas Frayssinet (1952) fue uno de sus precursores, y que además desarrolló toda
su carrera profesional en el campo de la inteligencia, su trabajo
“Criptoanálisis” fue publicado por la Revista de Marina cuando fue Capitán de
Corbeta.

La entonces Policía de Investigaciones del Perú (PIP) replicó la técnica de
criptografía, y por ese entonces el general Hércules Marthans Garro (1958)
elaboró el primer manual de criptografía editado por la librería Studium.
Guillermo Faura Gaig, siendo Contralmirante y Director de Inteligencia Naval
para 1969, llegó a ser Comandante General de la Marina de Guerra a mediados de
la década de los setenta, publicó el libro “El Mar peruano y sus límites”
(1977), y posteriormente se convertiría en precursor de la demanda marítima
sobre límites en nuestro dominio marítimo sur con Chile ante la Corte
Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya (Gómez de la Torre 2014a; Páez 2014).

El Capitán de Navío AP Alejandro Valdivia Pedemonte, fue sub-Director de
Inteligencia naval y jefe de la Escuela de Inteligencia de la Marina de Guerra,
y en 1973 publicó en la Revista de Marina su célebre trabajo “¿Qué es un
servicio de inteligencia?” (Gómez de la Torre y Medrano 2015a; Gómez de la Torre
2012). De esta forma dentro de la Marina de Guerra del Perú, como rasgo
distintivo en la inteligencia de esta arma, se consolidaron las técnicas de
comunicaciones y la inteligencia de señales (SIGINT), que es la obtención y
procesamiento de toda información que se obtiene de interceptar y descifrar
señales y transmisiones de cualquier tipo (Esteban 2007, 89). También hubo
producción académica y doctrina de inteligencia estratégica y nacional que ayudó
en el proceso de producción de inteligencia para los gobiernos de turno.

El Teniente Primero AP Juan Almendrades Heredia (1972) publicó un ensayo
denominado El sistema de inteligencia norteamericano en el que analizó la
estructura de las diversas agencias especializadas y la coordinación
interagencial norteamericano, en pleno gobierno republicano liderado por el
presidente Richard Nixon y teniendo a Henry Kissinger como su Consejero de
Seguridad Nacional. Alejandro Valdivia Pedemonte publicó “Espionaje” (1974),
complementado con posterioridad con “Sabotaje” (1976) donde en sus referencias
bibliográficas aparecen referenciadas las obras de Sherman Kent y Washington
Platt; y, “Operaciones Psicológicas” (1979) es el resultado de los aportes de
Valdivia Pedemonte sobre inteligencia publicados por la Revista de Marina en la
década de los setenta. También, Oscar Brain Canepa quien publicó “Criptografía,
un mensaje inocente” (1979), también en el área de criptografía naval. Toda esta
producción académica fue importante en su preparación para enfrentar los nuevos
retos contra la subversión y a favor de las propias tareas de inteligencia que
desarrollaban.

Los hitos de los años sesenta: golpes militares, guerrillas e inteligencia

En el Perú fue de especial turbulencia a nivel interno los dos golpes militares
que caracterizaron la realidad nacional de ese entonces: a) 1962, donde se
derrocó al presidente Manuel Prado y Ugarteche; y, b) 1968, donde se derrocó al
presidente Fernando Belaunde Terry; además, de que las guerrillas del MIR y el
ELN fueron el corolario de un proceso iniciado en los años sesenta.

En el marco hemisférico se expandió intensamente la revolución de los
comandantes cubanos, los hermanos Fidel y Raúl Castro, la Guerra Fría, la
división del mundo a través de las llamadas “esferas de influencia” entre el
comunismo soviético y el capitalismo americano, así como la aparición de la
guerra no convencional en la región latinoamericana en su versión foquista y
guevarista (Gómez de la Torre 2010:44), las cuales fueron expresadas con la
incursión del “Che” Guevara en Bolivia, y las insurgencias en Venezuela, Perú y
Ecuador, así como de la reconversión y faccionalismo del Partido Comunista de
Colombia hacia las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Durante
la Junta Militar de Gobierno de 1962, se creó el Instituto Nacional de
Planificación (INP), con el fin de conformar un esquema de relacionando a la
seguridad nacional con el desarrollo, asumiendo que la teoría de la “zanahoria y
el garrote” sea propia con el fin de proyectar una doctrina de contrainsurgencia
(COIN) ante los insurgentes, con influencia norteamericana pero especialmente
francesa, y que en sus inicios la única arma de respuesta a dichas
insurrecciones fue la represión.

Por ese entonces, Enrique Gallegos Venero, oficial del Ejército con una
impresionante carrera militar, cobró protagonismo al combinar todo un derrotero
de acción contrainsurgente debido a su formación en Francia bajo la inspiración
y experiencia del general Raoul Salan en Argelia. Gallegos propulsó la Escuela
de Inteligencia en el Ejército (actualmente, la EIE). Además, fue el jefe del
Instituto Nacional de Planificación (INP), jefe de Inteligencia del Ejército, y
también jefe del SIN. Como Ministro de Agricultura propulsó la reforma agraria.
Fue una síntesis clara de hacia dónde se movían los vectores de respuesta
institucional y de corte integral contra el fenómeno subversivo de la GNC (Gómez
de la Torre y Medrano 2015a, 182), porque Gallegos consideró que los proyectos
socioeconómicos de La Convención y Lares harían una contraofensiva contra la
subversión interna (Masterson 2001). Por ello, sostuvo que había que conseguir
el apoyo de la población y no solo bastaba con destruir o paralizar a los
subversivos (Gallegos 1963 citado en Masterson 2001). El entonces general de
brigada EP Carlos Linares Molfino, persona de confianza del entonces presidente
Belaúnde, apoyó al entonces Ministerio de Gobierno y Policía en ciertas acciones
de combate contra la insurgencia, lo que constituyó entrar en los campos no
militares de la seguridad a mediados de la década de los años sesenta.

El pragmatismo y el realismo político (realpolitik) en la actividad de los
organismos de inteligencia en el Perú se vio reflejado en el golpe militar del 3
de octubre de 1968 con participación del servicio de inteligencia (Masterson
2001, 326), al momento del golpe se dividiría en dos: la jefatura del general EP
Carlos Linares, en apoyo al depuesto Fernando Belaúnde, y la sub-jefatura a
cargo del coronel EP Eduardo Segura Gutiérrez, quien se plegó al golpe y asumió
la jefatura del SIN durante el GRFA del general Velasco.

La dimensión represiva: relaciones militares y de inteligencia peruanas con
Argentina y Chile

No todo fue reformismo y progresismo nacionalista al estilo nasserista en los
militares peruanos de los años sesenta y setenta, ni tampoco desarrollo
nacional, ni acciones cívicas para alcanzar la justicia social, sino que también
los servicios de inteligencia devinieron en aparatos represivos con alcance
internacional. A fines de agosto de 1975, el general Francisco Morales Bermúdez
Cerruti, tomó el poder en una suerte de putsch militar conocido como el
“Tacnazo” (ya que se dio en la ciudad sureña de Tacna, limítrofe con Chile),
desplazando al general Velasco, dándole un giro conservador a esta “segunda
fase” del GRFA y desplazando del poder a los militares peruanos del ala
progresista del Ejército que apoyaba el régimen de la denominada “primera fase”
del GRFA.

Así, en el contexto de históricas relaciones de afinidad con sus pares
argentinos y en plena geopolítica regional de los años setenta, que incluyó la
crisis argentino-chilena por la disputa de las islas del canal del Beagle
(1977-1978) y el centenario de la Guerra del Pacífico (1979), que enfrentó a
Chile contra Perú y Bolivia en el siglo XIX, Morales Bermúdez mantuvo estrechas
relaciones con el gobierno de la Junta Militar encabezado en su primera versión
por el general Jorge Rafael Videla. Sendas visitas oficiales recíprocas a Lima y
Buenos Aires entre ambos mandatarios se dieron en el período de 1976 a 1980,
también entre otros jerarcas militares, entre ellos, el ex jefe del Ejército
peruano Pedro Richter Prada y el argentino Leopoldo Fortunato Galtieri, en el
contexto del apogeo en el cono sur americano de la represiva Operación Cóndor,
de coordinación entre las inteligencia militares y Fuerzas Armadas de los países
del área sur de Sudamérica (Gómez de la Torre 2007ª, 62-63). Así, el Batallón de
Inteligencia N° 601 del Ejército de Argentina actuó en territorio peruano en
operaciones contrasubversivas contra elementos del movimiento “Montoneros” en la
denominada “Base Lima” (Gómez de la Torre 2007a: 62-63), y capturados en Lima
(Uceda 2004, 343-370) porque planeaban acciones desestabilizadoras contra la
dictadura militar de Jorge Rafael Videla.

Desde el punto de vista de inteligencia, cabe resaltar la lectura de un
documento encontrado a inicios de la década de los noventa en Paraguay en los
denominados “Archivos del terror” o archivos del Paraguay de Martín Almada
(Clarín 1999; Cárdenas 2014; Sputnik 2016). Según Juan Schroth, ex jefe de
Inteligencia durante el gobierno del expresidente Morales Bermúdez, el Perú sí
participó en la Operación Cóndor, pero dicha participación fue desmentida por el
mismo expresidente (Agurto 2012). Al respecto y contextualizando la relación
entre el expresidente Morales Bermúdez y Juan Schroth Carlín, su entonces jefe
de Inteligencia Nacional del SIN, está bien reseñada por el propio consumidor
del producto de inteligencia: Morales Bermúdez se expresa de Schorth como un
“hombre trejo”, “como tiene que ser el jefe de ese servicio”, acota Morales
Bermúdez, y con quien se reunía quincenalmente. Morales Bermúdez refiere que
recibía en el despacho presidencial desde el SIN informes diarios breves,
semanales, de visión de conjunto, y otro mensual documentado, analítico, que era
“necesario leer con calma”, y que los “asuntos sindicales” ocupaban una parte
considerable, además de calificar dichos documentos como “informes valiosos para
la tarea de gobierno”. Señala además que el estilo de su relación con Schroth
era de “conversación franca” y que luego sería reemplazado por el general Mario
Villavicencio Alcázar, en las postrimerías de su gobierno (Prieto 1996, 154).

Una tesis contemporánea esbozada en el Perú sobre la participación de la segunda
fase del GRFA presidido por Francisco Morales Bermúdez en la Operación Cóndor
sustenta un punto intermedio, en el sentido que formalmente el Perú no fue de la
partida ni integró tal operación inter-estatal represiva; pero que sí hubo una
estrecha cooperación militar bilateral con Argentina, siendo uno de sus
artífices más representativos, desde la perspectiva peruana, el general Luis
Cisneros Vizquerra, apodado como “el gaucho Cisneros” y considerado en predios
militares peruanos como “argentinófilo” debido a que estudió toda su carrera
militar en la Argentina como egresado del Colegio Militar de la Nación, y fue
Ministro del Interior (1976-1878) durante el régimen militar de Morales Bermúdez
(Álvarez Calderón y Álvarez Calderón 2016, 142). La Marina de Guerra del Perú
mantuvo una clara división institucional respecto del GRFA particularmente en su
primera fase (1968-1975).

La alta oficialidad naval se dividió, por una parte, el almirantazgo
pro-reformista y de apoyo al régimen de Velasco, liderado, entre otros, por los
almirantes Jorge Dellepiane Ocampo, José Arce Larco, Guillermo Faura Gaig,
Alberto Jiménez de Lucio, quienes se enfrentaron a un grupo conservador y
tradicionalista, especialmente opuesto al establecimiento de relaciones
diplomáticas e interacción con Cuba. La figura más emblemática fue el almirante
Luis Vargas Caballero, quien como Ministro y Comandante General de su arma fue
relevado en 1974 del cargo por Velasco al entrar en clara disidencia y oposición
a ciertas medidas del gobierno como la expropiación de los medios de prensa
nacional. Sin embargo, Vargas Caballero fue el último Ministro de Justica de
Velasco en las postrimerías de la década de los sesenta y Ministro de Vivienda y
Construcción a inicios de los años setenta.

Conclusiones

El contexto de la Guerra Fría, contención al comunismo, crisis políticas
internas y externas, e influencia militar de las Fuerzas Armadas en los casos
analizados generó las condiciones para la creación de las organizaciones de
inteligencia, tanto en el Perú como en diferentes países de la región. Con base
en la influencia de las escuelas de formación de las misiones militares que
llegaron al Perú, las fuerzas armadas consideraron el crecimiento y desarrollo
nacional a través de la formación académica a través de su propio Centro de
Altos Estudios Militares. Los orígenes de los servicios de inteligencia
analizados para los casos de Bolivia, Perú y México fueron creados durante
regímenes democráticos, a diferencia de sus pares argentinos, brasileños, y
colombianos, cuyos servicios fueron creados por dictaduras militares o con
inicios democráticos pero con neto liderazgo militar.

En materia de inteligencia, a través de las publicaciones iniciales de militares
entrenados en las escuelas de formación extranjeras produjo una producción
académica invaluable dentro de los institutos castrenses, como en el caso de la
Marina de Guerra del Perú. Actualmente, este campo también es área de
investigación por profesionales como abogados, politólogos, sociólogos, entre
otros; así como las capacitaciones a través de sus respectivas escuelas de
inteligencia.

El desarrollo de la inteligencia peruana estuvo muy vinculado a la percepción de
los militares peruanos del desarrollo nacional, las acciones cívicas, la
justicia social, y en su contribución en la lucha contra la subversión. Los
focos subversivos que fueron derrotados o reprimidos desde la década de 1950 con
el apoyo militar, hoy día resurgen o se renuevan, constituyendo nuevos retos a
la comunidad de inteligencia y a las futuras investigaciones.

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